“Yo no invento nada, saco fotos de lo que hay”
El mundo de Nora Aslan es inquietante porque abre preguntas que invitan a la reflexión. Su estudio es una gran nave con techos altos y amplias ventanas por las que entra una luz inclinada. De lejos, su obra presenta una armonía geométrica donde el caos está ordenado y nada parece estar fuera de lugar. Pero cuando uno se acerca y la violencia contenida empieza a definirse, cierto horror se inocula y permea a quién mira. Y, aunque se tome distancia, lo que el espectador ha visto ya no puede olvidarse.
Háblame de tu taller
Es mi segundo hogar. Antes estaba cerca de mi casa, pero mi marido y yo nos mudamos al centro y ahora está a cuarenta y cinco minutos. El espacio de afuera lo convertí en un pequeño jardín, le puse una pérgola para pasar los días de verano. Lo llamamos la estancia porque él me regaló una vaca tamaño real de una promoción. En la parte de arriba está el depósito de obra libre y algo de lo que queda de las exposiciones.
En una de las paredes se apoya un mueble con las puertas de cristal llena de objetos ¿Qué hay dentro?
Es mi gabinete de maravillas, aquí tengo restos de otros trabajos, cosas que he encontrado por la calle, que me regalan. A veces uso algunos objetos para hacer obras y a veces no.
¿Qué rasgos te caracterizan?
Creo que la vitalidad, el sentido del humor y el tesón.
¿Cómo fueron tus inicios?
Trabajé varios años en el textil y me fue muy bien. En ese tiempo empezaron los sucesos graves de la política, las persecuciones y demás. Entonces el textil no terminaba de darme la intensidad que yo quería mostrar. Primero lo fui forzando, usando fieltro sintético, quemándolo, pintándolo con aerógrafo. Luego usé ramas para tejer cestos de materiales naturales hasta que un día dije “bueno basta, haré otra cosa”.
¿Qué temas abordabas?
Hambrunas, desplazamientos, pueblos que emigraban. Encontraba las imágenes en revistas como LIFE. Empecé a comprarlas y coleccionar fotos, cortarlas, hacer carpetas. En ese momento descubrí que con la fotocopiadora a color se podía imprimir en espejo y de esa idea salió la serie “Alfombras”.
Cuéntame más de esa serie
Me compré libros de alfombras persas para estudiarlas. La estructura era un borde y una zona central. Mi obra, de lejos, se veía como esas alfombras, pero cuando te acercabas todo lo que parecía un arabesco eran recortes de gente a la que le pasaba algo, una multitud que sufría en grupo. Toda esa gente se volvía una textura que se podía pisar. Después si miraba de nuevo de lejos ya no se podía volver a la imagen linda y geométrica de antes. Ahí aparecieron los testigos.
¿Testigos?
Son los que miran y no tienen habla, pero hacen un juicio mudo de lo que pasa. En realidad, los testigos son mis alter egos en forma de estatua, animales, mantis religiosas, entre otros. La idea es dar a ver, mostrar con otro lenguaje.
¿De dónde salen?
En un curso de literatura en el que atendí el profesor hablaba de Primo Levi cuando estuvo preso durante el Holocausto. Decía que había algunos judíos que caminaban encorvados mirando al piso, sin levantar la cabeza para no ver nada y dejándose morir. Otros estaban convencidos de que tenían que luchar para salir vivos de eso y dar cuenta porque el mundo no sabía lo que estaba ocurriendo ahí. A esos los llamaban testigos, a los que no decían nada, pero miraban. Eso era lo que yo estaba tratando de decir, pero de otra forma. Me impresionó tanto que desde entonces lo usé en casi todas mis obras.
¿Qué rasgos de los otros no soportas?
La crueldad, la mentira y la soberbia.
Y ¿cuáles valoras?
La capacidad de disfrute, la generosidad y el entusiasmo.
¿Dónde buscas la inspiración?
Yo no invento nada, saco fotos de lo que hay. Armo una especie de sintaxis siempre diferente.
¿A qué mujer viva o muerta admiras?
No he logrado reemplazar mi admiración por la guionista Agnès Varda.
¿Qué temes?
La enfermedad, la maldad y la violencia.
En el proceso creativo qué viene primero ¿la forma o el contenido?
Cada etapa estuvo determinada por un formato, pero la idea fue siempre el desencadenante. Luego la búsqueda de la forma que mejor pueda acompañar esa idea. Algunas veces las circunstancias externas también determinan el formato y eso es una instancia interesante.
¿Qué pequeños placeres disfrutas?
Dedicar mi tiempo a crear es un privilegio. Hacerlo tanto en soledad como encontrarme con mis afectos. También los viajes a lugares cercanos o remotos forman parte de esa lista.
¿Cómo has vivido la pandemia?
Al principio no podía ir al taller porque quedaba lejos entonces empecé a hacer la serie del “No” en Instagram. Era una recopilación de cosas fuertes que incluían la palabra “no” y que tenían que ver con el encierro, la angustia, la incertidumbre, pero sin ser directo o panfletario, sino algo diagonal. Además, tengo una hija con discapacidad cognitiva leve que es artista y le estoy haciendo de coach, le estoy armando la página web.
¿Cuál es tu estado vital actual?
Es un momento grave para la humanidad.
¿Dónde te gustaría vivir?
Desearía estar en algún lugar donde deseos y planes no sean como semillas que caen en terrenos áridos sin sistemas de riego.
¿Qué cosas pendientes te gustaría hacer?
Todo lo que siento que me falta por hacer es el motor de la acción. Bromeo siempre con planes de reencarnación eligiendo facetas para las próximas que, por cierto, voy cambiando cada tanto sin poner límites porque siempre aparece algo nuevo.
¿En qué estás trabajando ahora?
Lo último que hice muestra un lugar de incertidumbre lleno de plásticos que vuelan, descartados en el suelo, pájaros que están disecados yendo a otros lugares, emigrando.
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