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Guillermina Lynch – Q&A

“La verdadera belleza es esa a la que le falta algo, la que está abierta, incompleta, rota.”

Toda adaptación implica algún tipo de transformación y Guillermina es una mujer que, de camino a encontrarse, se ha hecho tan fuerte como esa abuela paterna que marcó su infancia y está presente en su obra. No evita mirar de cara a las sombras de las cosas y en los momentos malos se rodea de gente de la que enriquecerse y aprender.

¿Qué materiales usas en tus obras?

Trabajo principalmente el terciopelo. Me gusta mucho trabajar el textil porque viene con información, remite a muchas cosas, despierta sentimientos y se puede establecer un diálogo con el material. Además, remite a la monarquía, a lo eclesiástico, al telón de un teatro donde se monta una obra…es una cosa muy exquisita que no debe tocarse mucho. Pero yo trabajo con lo no dicho, lo que pasa por debajo de las apariencias. Por eso, me interesa como soporte, porque las cosas parecen una cosa, pero pueden ser otra. 

¿Cómo llegaste a él? 

Primero lo trabajé mucho y después entendí porque me interesaba. Tiene relación con que pinto estanques y hay algo profundo pasando debajo de esa superficie de belleza perfecta con flores doradas. Dentro hay un universo que no se ve y es sumamente interesante. Hay barro, peces, oscuridad. Y de esa forma trabajo el terciopelo, juego con los brillos y las texturas que se van generando cuando le coloco capas y capas de pintura. También cometiendo errores, a veces se me quema y se pone áspero o me paso con la cantidad de material, pero aparecen nuevas lecturas. 

¿Es un material complicado? 

Lo que ocurre es que elijo el terciopelo de un color, pero nunca puedo saber qué color es realmente porque está siempre en diálogo con la luz. No se puede atrapar. Entonces a veces me resulta difícil elegir los colores para trabajar ya que irá mutando a lo largo de las horas del día. También tiene un gran poder de seducción porque dan ganas de solo admirar su brillo y acariciarlo, pero finalmente logro romper el hechizo y trabajarlo encima. 

¿Qué relación hay entre tu obra y la belleza? 

Para mí la verdadera belleza es esa a la que le falta algo, la que está abierta, incompleta, rota. Cuando se completa, pierde la magia porque ya no hay por dónde entrarle. Si ves mi trabajo, puedes decir “qué lindo es” pero, en realidad, cuando te acercás hay algo que te genera rechazo, algo corrompido cuando ves cosas encima o quemadas. En ocasiones, me han dicho que si quería trabajar con terciopelo tenía que hacer mi trabajo invisible al tacto y verse perfecto. Pero a mí me gusta provocar ese rechazo porque es lo que permite que puedas conectar con la obra y hacer tus propias lecturas visuales y táctiles. De esta forma te puedes meter adentro. Eso es lo que intento. Mientras que el terciopelo sin trabajar te lleva a donde él quiere. 

¿Cómo es el proceso de creación?

Hay mucho de azar, yo pongo la matriz encima del terciopelo y trabajo a ciegas. Obviamente tengo un control de la técnica después de tantos años, sé más o menos qué va a pasar, pero nunca exactamente hasta que no levanto el shablón. Eso es mágico, ver cómo todos los elementos empiezan a dialogar. Aunque también es sufrido, porque a veces aparece algo que frena toda la producción y tengo que empezar a ver cómo lo arreglo ya que no puede borrarse. Eso puede llevarme horas, días por ahí. 

¿Qué has estado leyendo, escuchando y viendo últimamente?

La música es muy importante en mi trabajo, creo que aparece en la obra. Es decir, me lleva a un determinado estado y también hace que se sostenga en ese lugar. De libros, estoy leyendo Orlando, pero durante la pandemia se me hizo muy difícil la lectura solo por placer. Quiero leerlo porque me interesa la ambigüedad del personaje, pero me está costando avanzar. Hice también un seminario sobre arte y naturaleza. Fue sobre la mirada a lo largo de la historia del hombre en relación con la naturaleza. También estuve viendo Babylon Berlin. Una serie sobre los años previos a la segunda Guerra Mundial con una dirección artística que me voló la cabeza. Conecté mucho con el movimiento art decó que surge en ese momento donde la gente vio la muerte y la finitud del hombre al grado más extremo e intentaba volver a conectarse con la vida. Eso me interesa, fueron años muy creativos, en los que surgieron cosas nuevas. Me pregunto si ahora va a haber una explosión de ideas y qué pasará después.

¿Cómo has vivido la pandemia? 

Me asustó mucho la pérdida de libertad, que viniera un gobierno y dijera “se cierra todo”. Ese poder del Estado sobre nosotros y cómo la gente se adormeció. No minimizo el covid ni mucho menos, pero creo que nos dejamos dominar, el miedo nos paralizó. La segregación nos sacó fuerza. No poder ver a nuestros hijos, a nuestros padres me pareció terrible. Y eso que yo estoy feliz encerrada todo el día trabajando. Pero este encierro impuesto es siniestro. Como, a través de un virus, el mundo se fragmenta, se encierra y se generan odios. Me preocupa también el poco interés de no intentar descubrir el origen real de esta pandemia y, por otro lado, cómo vamos perdiendo el contacto humano. 

¿En qué trabajaste durante ese tiempo? 

Durante la cuarentena me pasé el tiempo leyendo sobre temas que necesitaba investigar y rodeada de naturaleza. Eso, me permitió conectar conmigo misma, y creo que fue lo que me salvó. A fines del 2019 había empezado a trabajar en unos tapados y kimonos con orquídeas. Durante la pandemia hice una investigación intensa sobre las expediciones botánicas de siglos pasados a América, donde arrasaron con miles de especies de plantas, entre ellas las orquídeas. 

¿Qué descubriste? 

Que es una de las familias de plantas con flores más grande del planeta. Hay más de 30.000 especies descubiertas y crecen en casi todos los climas terrestres. Si dibujas la flor más extraña siempre habrá una orquídea que se le parezca en forma y color. Hay algunas que se parecen abejas, murciélagos, cunas de bebés, zapatito…Son impresionantes. 

¿Qué te interesó?

Buscaba qué poner sobre estos tapados cuando hablé con la nieta de una de las primeras botánicas argentinas, Maevia Correa, que había hecho su tesis sobre orquídeas y me empecé a copar con lo interesantes e inteligentes que son. Además, descubrí que no son tan frágiles como parecen y que han sobrevivido porque tienen una gran capacidad de mutación. Había una relación con la pandemia sobre cómo es necesario producir un profundo cambio en nuestras vidas. También nosotros iremos mutando, no solo en nuestros hábitos sino también se producirán mutaciones genéticas. Y eso es lo que hacen ellas. Por ejemplo, para atraer a ciertos polinizadores copian la forma de su polinizador macho o hembra para que, al intentar copular, se les pegue el polen.  

¿Qué mujeres te inspiran? 

En mi vida todo ha sido muy binario y estoy tratando de romper con eso. Mis dos abuelas, por ejemplo, la mamá de mi madre era la que me metía en mundos imaginarios, me contaba cuentos sobre hadas y duendes. Tenía un mueble lleno de joyas de fantasía que me probaba, vestida con sus guantes, kimonos y trajes de organza …pero ella era muy débil. Tenía que pedirle permiso a mi abuelo hasta para comprar un par de medias. Luego, mi otra abuela era muy católica, austera y me leía historias sobre los martirios de santas o me contaba cuentos con moraleja para que aprendiera a ser una niña piadosa. La casa era un bajón. Si me quedaba a dormir, preparaba el desayuno siempre a las ocho y si me levantaba más tarde, el té estaba helado. Pero, al mismo tiempo, era una mujer muy fuerte. Ella me daba un libro en alemán y aunque yo no lo entendía, me decía “bueno, pero lo has leído en castellano así que ponte y lo vas a saber”. Todo se podía para ella. Como artistas, tengo muchos referentes, por ejemplo, me gusta mucho Louise Bourgeois. Pensar que una persona tan chiquita ha hecho esa araña gigantesca o trabajado tapices, recortando lo que no debía verse. Me interesa su forma de vincularse con el cuerpo a través de lo textil. 

¿Qué te influye a la hora de crear? 

Lo oriental siempre me atrajo por la estética, por el misterio, lo lejano. Me interesa Jung y la necesidad de conectarnos con esa oscuridad que todos tenemos. Si vos no conectas con ella, te domina. Y si lo hacés, te potencia. Estar en sintonía con esas partes es mucho más interesante, más sano. Además, también hay algo de autosanación en mis pinturas, sobre todo, en la primera serie. 

¿A qué jugabas de niña?

Cuando era chica tenía amigas, pero también era muy solitaria. En mi casa eran sumamente estrictos. Mis padres leían muchísimo y no te podían ver sin hacer nada. Entonces yo me escondía en el jardín. Allí leía, dibujaba, escribía, hacía coronas de flores, derretía barro para hacer esculturas. También me la pasaba disfrazada, siempre entre las plantas. Esos grupos de arbustos me daban una protección que, de no tenerla me hubieran mandado a hacer algo que se considerase más importante. En lo de mi abuela materna había una señora que iba para hacer arreglos de costura y me hacía los disfraces que yo diseñaba. Ya entonces me gustaba estar en contacto con las telas. Me veía como artista, quería estudiar arte o diseño. 

¿Qué rasgos te caracterizan? 

Soy obsesiva, muy perfeccionista. Ese es mi dilema existencial, porque muchos me dicen “tenés que aflojar un poco con la autoexigencia” pero, por otro lado, también creo que logré cosas por este perfeccionismo. También soy analítica y perceptiva, eso me genera problemas a veces porque capto demasiado lo que está pasando en el ambiente. Me considero introvertida y extrovertida al mismo tiempo. Ahora que tengo el taller en casa, puedo pasar una semana sin salir ni para comprar fruta. 

¿Qué placeres del día a día disfrutas? 

Como vivo en las afueras, ir a muestras y recorrer Buenos Aires me fascina. Ver lo ecléctica que es, la cantidad de tipos de arquitectura que se pueden encontrar. También me gusta caminar por el jardín, el contacto con la naturaleza es una necesidad vital permanente en mí. 

¿Hay algo de lo que te arrepientes de no haber hecho? 

Me habría gustado estudiar Bellas Artes, Diseño textil, Diseño de Interiores, pero entonces no hubiera tenido a mis dos hijos. No puedo verme haciendo otra cosa porque ellos no habrían estado. Encontré un diario y a mis dieciocho decía “hoy me di cuenta de que el arte es lo mío” y treinta años después estaba pudiendo hacer lo que quiero, pero con mis hijos. Es cierto que no tengo los conocimientos de otros artistas, pero me conozco y sé bien lo que quiero. Aprendí de las experiencias y pude capitalizar eso que me podría haber dejado en ese coma auto inducido, como llamo a esa larga etapa en donde no permití que hubiese nada que me estimulara, pero no lo hizo. Fue un proceso de sanación, aparte de creativo y de satisfacción. 

¿Algo pendiente que te gustaría hacer?

Alfombras y joyería. 

¿Qué temas sociales te preocupan? 

Hace unos años le regalaron a mi hija un perro. Nunca había conectado de esta manera con los animales y a raíz de este perro que, me ayudó mucho en momentos duros, estoy absolutamente sensibilizada con todo lo que es el maltrato animal. También los desastres ecológicos me están afectando, es un tema que está presente hace años, pero ahora lo hice propio. Y con toda la situación de la pandemia, también pienso en la brecha social que se está generando, la gente que no tiene para comer o incluso los pequeños emprendedores que tenían un sueño y se les cayó o tuvieron que abandonarlo. Claro que se puede volver a empezar, pero no siempre se tienen fuerzas. 

¿En qué país te gustaría vivir? 

Me fascina Londres, aunque debo reconocer que hay algo cultural que me molesta un poco: ese aire de superioridad y de conquistar el mundo, pero amo a los prerrafaelistas. Me atrae mucho la estética, la forma de vida austera, aunque el clima me mataría. Para mí el sol es vital. Quizás pasaría una temporada en una isla del Caribe porque amo el mar. Cuando me meto en el agua me transformo en otra persona. En un viaje a Bahamas me lo pasé buceando y mirando todo lo que ocurría abajo. Me gustaría también vivir una temporada en Japón. En Argentina no ocurre eso de Londres que te parece estar en el epicentro, donde confluyen tantas culturas, pero amo Argentina. No sé si podría vivir en otro lado. 

¿Qué crees que habrías hecho si no hubieras sido artista? 

La psicología es una disciplina que me interesa muchísimo. Quizás por ahí hubiera sido algo que habría estudiado, pero en realidad no me veo de otra cosa. Siempre habría terminado haciendo esto. Fui maestra de inglés cuando mis hijos eran chicos y me gustaba mucho estimular a los alumnos, generarles autoconfianza para que brillaran y terminaran teniendo fe en si mismos, que fueran conscientes de sus capacidades. Me da mucho placer ayudar a gente que tiene potencial. 

¿En qué estás trabajando ahora? 

Hace poco encontré mis primeras pinturas que, son más abstractas, y me gustaría incursionar en ellas. En su momento empecé a tomar clase de pintura, pero la dejé porque me frustré, no tenía las herramientas ni el lenguaje necesarios para expresar todo lo que necesitaba en ese momento. Ahora me parecen más interesantes y las veo como la antesala de lo que hago hoy y quizás, me gustaría retomarlas. Son pinturas sobre lienzo, con tinta china, con pasteles.

¿Cambiarás de materiales? 

Creo que por el momento no puedo dejar el terciopelo. Sumarle cosas sí, pero todavía no estoy para abandonarlo. 

Para conocer más acerca de Guillermina Lynch, te recomendamos visitar su web e Instagram:

www.guillerminalynch.com · @guillermina_lynch

Sara Casanovas

Sara Casanovas nace y estudia Ciencias de la Comunicación en Barcelona. Durante varios años trabaja en agencias globales de publicidad, hasta que decide apostar por un camino literario a tiempo completo. Actualmente vive en Nueva York con su marido y su perro Truman, donde trabaja como escritora, editora y traductora independiente.

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