Hay artistas que son precoces y otros que alcanzan reconocimiento artístico ya en la madurez. Este último ha sido el caso de numerosos artistas como la escritora Toni Morrisson, la chef Julia Child o la pintora argentina Ides Kihlen. Con 102 años, Kihlen pinta cada día desde un cuarto lleno de lienzos, pinceles y una paleta de colores que llenan el mundo que ha creado y en el que vive ajena al resto.
Ides estudió simultáneamente en la Escuela Nacional de Artes Decorativas y en el Conservatorio Nacional de Música, pero no fue descubierta hasta el año 2000 cuando, con 83 años, un galerista fue a tasar unos cuadros que tenía en su casa del pintor Fernando Fader y descubrió su pintura. Nada más entrar, el galerista se fijo en sus cuadros y después de eso vino su primera exposición en ArteBA. Ese fue el arranque y primer contacto con el reconocimiento del mundo artístico. Hasta entonces, Kihlen nunca se había preocupado de promocionar no solamente sus obras sino tampoco su personaje – como muchos otros sí han sabido hacer. “No me había interesado exponer porque pintaba algo que tenía adentro, no sentía la necesidad de publicarlo”. Es más, no interactuaba con otros artistas. Su diálogo ha sido durante mucho tiempo unidireccional porque vivía en un mundo vital pero privado. En el que no ha necesitado del espectador para que su arte fluya.
Cada mañana Ides se levanta a la siete de la mañana y trabaja durante 14 horas. También es pianista y no renuncia al ritual de tomarse dos copas de champagne al día. Su mirada es personal y feminista, aunque la aparición de la mujer no se manifieste de una forma directa, pero sí subterránea. Ides dice, sin decir. Su obra parece vincularse a las vanguardias del expresionismo abstracto, sin embargo, lo hace desde un costado. Siempre manteniéndose fiel a los tiempos que le marca su intuición.
En ella se cuestiona como tema central el papel que ocupa lo accesorio y lo esencial. De maestros como Pollock, Klee, Kandinsky o Miró incluye únicamente lo que considera necesario, pero nunca absorbe su mismo lenguaje. En sus cuadros los fondos son nebulosos y evaporados, se enredan con esa influencia musical de corcheas, notas musicales y teclas de piano que unifican el lenguaje visual y el auditivo. Aparecen figuras abstractas, lunas, soles, barcos, geometría rayada, banderines, números cinco que se le manifiestan en los sueños, payasos, peces que evocan agua y el origen. El collage de papeles recortados le dan un aire festivo, lúdico y circense que invita a la exploración libre de su obra. Caminos laberínticos en los que no hay derecha ni izquierda, nada empieza ni termina sino que hay opciones infinitas. Todo se conecta y fluye a la vez. Incluso el color tiene una intención estratégica. Intensos rojos, azules y amarillos brindan una superficie colorida alternados con fondos grises, blancos y negros que podrían ser sueños o pesadillas, luces o sombras. La geometría ocupa también su espacio, igual que la asimetría y los dobles marcos que usa para limitar el espacio de la tela, remarcando la importancia de lo que queda adentro y afuera.
Ides Kihlen no usa materiales de alta pintura, sino que con papelitos de colores que forman el collage rompe con el canon de la pintura de élite. Y como Ides, Iskin Sisters también se dirige a las mujeres y lo hace con su geometría y los colores de collares, brazaletes y aros. Además – como Ides – reinventa el concepto de joyería trasfiriendo la nobleza e importancia de los altos materiales al diseño. Porque “El arte es un modo de vivir diferente, al que uno tiene que acostumbrarse. Es una forma de vivir que se expande en todo, hasta en la forma de comer” – como dice Ides y a lo que Iskin añadiría “y de vestir los complementos”.